«El perdón es libertador, sanador y terapeútico»
Desnudando el corazón humano
Por Gema Eizaguirre
Pax Dettoni se atreve con un tema complejo: el perdón; y lo hace sin encorsetarse en planteamientos políticamente correctos o en doctrinas establecidas. Ella viaja al fondo del tema de una manera natural y, desde allí, desnuda el corazón humano. Un ser humano que yerra, pero que también busca la paz y el amor. “Aceptar sin temor al sentido de culpa, es consecuencia de quien se da el derecho a la equivocación; quien se da el derecho a ser humano, y a concebir su existencia como una conquista de perfección que requiere también de lucha, de esfuerzo y por qué no, de sacrificio”, dice la autora.
“Puentes de perdón” deja claro que el perdón no es un concepto religioso ni vinculado a una espiritualidad concreta. Lo explica con claridad en el prólogo el monje benedictino Jordi Castanyer, quien resalta sus beneficios para la salud, reconocidos por expertos como el psicólogo Everett Worthington y el pacifista Stefan Zweig. La propia autora señala: «El perdón es un tema de humanidad, del ser humano”.
El perdón resulta algo tan básico como esencial en el vivir cotidiano, aunque olvidado en la sociedad relativista actual, según Dettoni, que habla de la necesidad de aprenderlo. “Aprender a reconocer las faltas, aprender a aceptarlas, aprender de sus consecuencias, para aprender a enmendarlas, y cuando sea posible aprender a no replicarlas”, indica en el relato.
Con este planteamiento de fondo la autora va desnudando el alma de Juan (su protagonista), quien, en su última mañana de vida, quiere morir en paz pero no puede. La autora recoge ese último día en la tierra de Juan revisando su vida y su relación con personas cercanas como su madre, su hermano, su nuera, un vecino… para, desde allí, descubrir los siete pecados capitales que son los enemigos que retienen al moribundo. Esos pecados y el miedo, son las 8 cabezas del dragón, que dice Dettoni: “Vela en el catillo interior del hombre” y debemos aprender a dominar. Y anima a Juan a iniciar el proceso del perdón que pasa por: Reconocer-Aceptar-Transformar.
“Reconozco que además de la lujuria, la codicia y la avaricia me ganaron también la batalla. Ni tan siquiera me di cuenta de que tenía que luchar contra ellas, porque nunca las vi llegar, se camuflaron muy bien”, dice Juan en el relato.
El lector, en un primer momento se acomoda en medio del patio de butacas para contemplar la historia de Juan; para, luego, irse acercando, poco a poco, a la primera fila, subir al escenario y forma parte de la vida del protagonista. Porque sus vivencias tienen similitudes con la vida de cualquiera. Esto hace que el lector inicie su propio camino de perdón o, al menos, sea consciente de que existe, al igual que en toda alma hay culpas y rencores no sanados. Una situación de la que la autora advierte que “el más dañado es el que no perdona”.
Esa facilidad para llegar al lector y establecer una relación bidireccional surge, en gran medida, por los variados estilos que agrupa el relato, que se mueve entre el cuento, el ensayo y el teatro. Precisamente el teatro está muy presente, y cuenta con tres voces diferentes: Juan, su conciencia y la narradora, que ejerce la propia autora.
Esa teatralización dota de dinamismo y originalidad al relato; no en vano Dettoni es dramaturga, y desarrolla su Teatro de Conciencia; un teatro con obras y metodología al servicio de la educación emocional, la inteligencia del corazón y la construcción de la paz.
La autora, conocedora de que “la debilidad de espíritu sólo con fortaleza se puede vencer”, ofrece un epílogo bien integrado dentro del relato y con mucho sentido, con pautas para ejercitarse en el arte de perdonar. Se trata de ejercicios “Para vencer las ocho cabezas del dragón”, “Para perdonar” y “Para perdonarse”. Uno de ellos: “No esperes a que te pidan perdón para perdonar. Concede el perdón cuando te lo pidan expresamente, y si no también”.